25 junio, 2006

Zapatos de maratón

Hay dos tipos de personas: las que corren el maratón y las que no. En mi caso, el maratón empieza a las 4 de la mañana…

Necesito entrenamiento y, como no, un buen calzado. En mi enorme bolso, que me acompaña allá donde voy, cabe de todo. La agenda, el neceser, esas cosas de mujeres, mi brillo de labios… y los zapatos de recambio. Los tacones que necesito para llevar ventaja, respecto a los demás maratonianos que comparten carrera, a la hora de gritar por el taxi cada mañana; los cambio por mis sandalias planas multitiras que me permiten correr por las escaleras del metro a lucha viva por entrar en el vagón.

Saben que en el transporte público, en la ciudad que sea, hay que llevar zapato cómodo porque a esas horas toca ir de pie. Unos optan por leer novela, ensayo, prensa gratuita… pero yo me aplico en filosofía de pies. Las revistas recogen las tendencias pero los vagones son el escenario donde se aplican. Encontrarán de todo: zapatos de funcionaria, chanclas, alpargatas, bailarinas y calzado de ancho especial para trabajadoras de grandes superficies. Me bajo del vagón y vuelvo a las alturas. Entro caminando por las nubes en la oficina, avisto horizontes lejanos… pero tropiezo con el cable del ordenador. Demasiada altura para tan poco escenario. Vuelvo a mis sandalias multitiras que me sujetan a tierra firme. Como en la Grecia Antigua, sólo llevo la mitad de los 42, 195 kilómetros que me faltan para acabar el día.

Mis pies tienen que aguantar toda la jornada para volver a lucir esos Gucci con los que gano tiempo en la pedicura, ya que sólo dejan ver cuatro de mis diez horrorosos dedos de los pies. Al final del día, ellos me llevarán a una buena velada, con algún viejo amigo que, con suerte, irá con el calzado adecuado para que la combinación sea perfecta… Mañana a volver a empezar.

06 junio, 2006

... el verano es de las alpargatas

Hay dos tipos de personas: las que adaptan su armario cada temporada y las que no. ¿Adivinan en cuál me encuentro yo?

Necesitaba ir de compras. Una terapia que, aunque no explícitamente, me había recomendado mi terapeuta, ese que le pago por escucharme. ¡Pero qué gusto!: terapia efectiva y de diseño. La cuenta que me la pasen dentro de tres meses. Eso me permitirá poder disfrutar algo más de las compras ya que tardaré en poder volver a repetirlas. Las rebajas se acercan pero qué mejor que un caprichillo recorriendo el Barrio de Salamanca o las céntricas calles madrileñas. Me acompaña un café, de esa marca casi impronunciable ya que, aunque progreso adecuadamente, mi inglés todavía no es “great”. Un café porque, aunque las temperaturas empiezan ya a dilatar mis pies, necesito sustancia en mi cuerpo que me mantenga viva para pasar y pasar la “credit card”…”El cargo a tres meses, por favor”, le digo de nuevo a la cajera.

Nada de trikinis, ni horchatas… el verano es de las alpargatas. Ellas mejor que nadie soportan la hinchazón de mis acalorados pies. Madrid me lo pide. El asfalto caliente se me pega a la chancla, que a pesar del glamour y exotismo de mis auténticas “Hawaianas”, no eclipsan a mis nuevas alpargatas vaqueras. Con ellas empezará la nueva temporada.

Leía el otro día un artículo sobre la inminente desaparición del negocio centenario de las alpargatas, por eso del gran gigante chino. “Las últimas alpargatas populares”, titulaba. Serán las últimas porque a la artesanía a precio de ganga le quedan los días contados. Nos tendremos que pasar a los modelos de Chloé, Gaultier, Húngaro o Hilfiguer que los mantienen, después de 50 años, como complemento más fashion del verano. Yo me apunto a los zapatos que pusieron de moda Dalí, Jacqueline Kennedy o Marilyn Monroe, de la mano de Yves Saint Laurent, quien los popularizó allá por los años 60. Enciclopedia de la alpargata podríamos llamarlo. La historia de estos zapatos con suela de yute, con etiqueta “made in Spain”. La comodidad es su seña de identidad; ya lo sabían los romanos por aquel entonces. Su internacionalización ha llegado a los países nórdicos, Estados Unidos o Japón y no sólo podremos disfrutarlas en verano en todos los estilos y colores, de raso o algodón. Lo último y, quizás sea también mi elección, lo encontramos en moda nupcial de la firma Castañer. Eso sí, desde la azotea: siempre con gran cuña.

03 junio, 2006

De plataformas adolescentes a tacones de aguja de la madurez

Hay dos tipos de personas: las que finalizan una etapa… y las que todavía están en ella. Yo me encuentro en la primera, de nuevo. Pongo punto, pero seguido, a los cinco años más importantes de mi vida. Cinco años llenos de emociones, conocimientos y experiencias. Muchos pares de zapatos juntos, revueltos y alguno que otro desparejado…

Ahora que se acerca un punto de inflexión, un cambio, es bueno mirar atrás. Hacer un recorrido con la memoria, revivir las experiencias, un recuento de lo que uno se lleva y se deja por el camino. Para ello, qué mejor que subirme a mis nuevos tacones, altos, cómodos y bien agarrados a los tobillos. Son vaqueros… para lo que venga. Pero eso es ya otro tema.

Por esta etapa han pasado zapatos tolerantes, divertidos, dulces y otros de saldos, que no produjeron más que durezas. En este mercado de la vida, uno aprende a escoger lo que quiere, dónde comprar y lo que no resulta rentable. Me fui de compras por España, desde el embrujo (y las tapas) de la Alhambra hasta los archipiélagos. Las zapatillas mallorquinas no me convencieron y crucé el charco. Allí me compré un poncho de potrillo con sus mocasines a juego, de esa calidad que dura una vida. Aprendí el significado de tolerancia, diferencia y… amor. Me pasé de las plataformas de la adolescencia a los vertiginosos tacones de aguja de la madurez. Tuve que aprender a caminar con equilibrio.

Y en ese equilibro me encuentro. Los grandes amores, las grandes ilusiones de las etapas que acaban. Cambios en la vida y en mis pies (he conseguido evitar los temidos juanetes) que permanecen en la memoria para siempre. Mi mente se abrió a otras regiones, culturas y zonas de compras donde conseguir nuevas adquisiciones (de zapatos, se entiende). En esa memoria también estarán todos los pares que la acompañaron por el camino: nacionales e internacionales, como Manolo Blanik o Jimmy Choo. Los que se rompieron por el uso y los que todavía siguen. Faltan muchos por llegar, nuevos que gastar, pero ninguno tendrá ya las mismas ilusiones, inocencia y ganas de antaño.