24 abril, 2008

De suelas y empeines. De caras y cruces

¡Cuántas veces sentimos la curiosidad… la necesidad de poner un rostro a las cosas!! A una voz que se escucha a través de la radio, a un amigo que se tiene lejos, a un amor que está por llegar…

Sentimos un ansia continua de estrenar rostros como si se tratase de un nuevo par zapatos. Los vemos, si hay suerte; nos los quedamos y los estrenamos!!! Pero, ¿de qué depende la templanza que tiene que tener uno para mantener la sangre a la temperatura correcta y no desesperar por subirse a unos altos tacones y sentir el vértigo de nuevo? ¿Es cuestión de edad, madurez o carácter?

Pero la cara, el empeine, lleva emparejada una cruz, la suela. Y esa cruz será la que desinfle el globo. La que haga que la emoción de subirse por fin a unos tacones de calidad y que merezcan la pena, se desvanezca. Quizás sí sea el carácter de las personas y la forma de ser, o la experiencia que no da la edad, sino las heridas; las que hagan que la emoción del tren que coge velocidad se pare en seco. ¿Realmente cuando nos enamoramos, se tenga la edad que se tenga, uno se deja llevar a pesar del equipaje que trae de anteriores viajes? Zapatos gastados, pares rotos, algún que otro desemparejado y otros que de tan bonitos se quedaron en la caja.

Cajas pasadas que estaban vacías como la que volvía del otro lado del charco en “malas condiciones”, lejos del glamour y fetichismo de un par de lo más pizpireto.

Nadie lo sabe, ni siquiera la pitonisa que me asomó a un artista, a un viaje y a una estrella, más allá de las cinco lunas. Rostros que cada noche imaginamos atribuyendo historias pasadas, historias presentes y futuras… Una gran incógnita.