Las vacaciones cambiaron mi registro. Un nuevo continente, un país que me transportó a siglos atrás y a una cultura totalmente diferente…
Los recién estrenados tacones de altura dejaron paso a los caftanes y babuchas que recorrieron las calles de Marrakech envueltas en aromas de especias; y mercados, como el de Fez, sacados del cuento de Aladino.
Aunque no hubo lámpara mágica ni Genio genial, al fin y al cabo mi deseo ya se había cumplido; los calores del desierto envolvieron un merecido descanso en jaimas y hoteles sin encanto pero con todo el sabor de un buen té a la menta.
Los escenarios de las historias de Alí Babá y los 40 Ladrones ya no sólo estarán en los libros.
Los cuentos de Las Mil y una noches han conmutado mi pena, como la de Scherezade, de morir de tristeza aquella mañana de enero.
Mil y una noches que compartir de nuevo o a partir de ahora. En colectivo… desde