13 octubre, 2008

Los del todo en uno

Después de un aterrizaje forzoso en el mercado laboral y por fin, recuperada para volver a las andadas del salmorejo, es tiempo de reflexiones otoñales.

El viento ha cambiado. Las hojas de los árboles llenan los suelos convirtiéndolos en pistas de patinaje sobre tacones, la lluvia hace pasear a las katiuskas de colores y la gabardina intenta evitar las primeras estalactitas del corazón.

La rutina vuelve como el otoño. Y la nostalgia también. Pero es una nostalgia futura por el comienzo de una nueva estación, una nueva etapa que no se acaba de centrar como futurista o como ya caduca.

Antes de sacar del recuerdo la lista de asignaturas pendientes por probar, como quien hace repaso de todas las joyas deseadas que una colocaría en sus pies, de tener medios (en algún momento ya hablaré de eso), pienso en lo que se espera del nuevo inquilino de mi armario. No es ni de fiesta, ni de cóctel y no sé si de diario. En el escaparate, parecía adaptable a mi horma, de piel trabajada y con sutiles adornos que lo convertían en perfectamente imperfecto, sorprendente. Justo para mí. ¡¡Me los llevo!!!! Sin rebajas ni pago a plazos. Una apuesta, ¡quién sabe si hasta racional!!! ¿Los necesitaba? No. Pero me hacían felices para este otoño… y más.


El placer por estrenarlos no tardó en llegar. Esa sensación que se ubica dentro del cerebro; placer por disfrutar el olor a nuevo. Pero ya se sabe que introducir el pie, como si fuese la primera vez, no está exento de riesgos. No, no podían rozar, no quería pensar en que me había dejado llevar otra vez. En aquel lugar no me advirtieron de que tenía que llevar a mano mis apósitos mágicos para que aquel dolor se disimulase sin tan siquiera bajarme de ellos. Por el hilo musical sonaron los cantos de sirenas de Ulises.


Ahora, con los pies momificados, camino sobre huevos para que no se rompan, ni romperme yo. Pensando en si debo esperar a que se adapten, o utilizar el sentido común por una vez, y no esperar a que me deformen el alma porque hay cosas que no cambian. ¿Debo quererlos o es mejor olvidarlos?, ¿debo conformarme con ellos, aunque no quieran ser el par que YO necesito; o no hay que forzar la cremallera si los dientes no quieren coincidir?


El tiempo pasa. Y el otoño se marchará. La incertidumbre duele como no poder tener en uno solo, todo lo que yo quiero. Todo eso que tengo derecho a seguir queriendo y seguir creyendo que sí puede haber, en algún lugar, los que tengan una cremallera que no necesite aceite para cerrar. Unos zapatos para fiesta, cóctel y hasta de diario. Todo en uno. Perfectos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me pierdo

Anónimo dijo...

Yo nunca me llevaría unos zapatos que no pensara que me duraran toda la vida. No quiero que tengan joyas ni nada parecido. Quiero que me gusten, que no me rocen aunque a lo mejor, debería quitarmelos de vez en cuando, ya que deben ser compatibles con las zapatillas de casa. Es díficil, ya que siendo joven, subdirectora y trabajando por las noches no encuentro el zapato que no me "roce" alguna vez.
El calzado ideal existe y hay que llevarlo por que te gusta más que nada. Si quieres llevar botas, zapatos y sandalias con joyas, y que te sienten bien debes buscarlos y a lo mejor renunciar a las sandalias y los tacones o incluso a los manolos. Bota y zapato es compatible. Por cierto gracias por leer mis e´mails (incluso parte en Inglés). drelsl@ono.com

Anónimo dijo...

Ay, uich, argh, uff...perdona niña, es que se me había metido un chino dentro del zapato...

Miro al cielo y cuento...una, dos, tres, cuatro...¿son cinco?. Curiosamente la misma cantidad de tomates que mi madre le pone a su EXQUISITA receta de salmorejo sureño...

Los hay lunáticos y los hay salmorejáticos. ¿Y si hay personas que sean las dos cosas a la vez?. Yo conozco a una...o a dos. ;)

* El burlador de Sevilla