23 diciembre, 2006

Peep toes, fiestas de Navidad y aeropuertos

Como saben, hay dos tipos de personas y una de ellas son las que vuelven a casa por Navidad. Esa soy yo. Como el turrón, la Lotería (no hubo suerte tampoco este año) y el estrés navideño, vuelvo a casa un diciembre más.

Me da pereza hacer la maleta. Necesito más espacio para meter todos los pares posibles: optimizar al 100%. Ya se sabe que son jornadas de mucha actividad: que si un zapato para el día, que si otro para la noche, para las fiestas, para las cenas, para ir de compras, para tomar un café, para la lluvia, para caminar acompañada de otro… Esto me recuerda que tengo que hacer esa típica y tópica lista de deseos y propósitos para el año que empieza… ¿Por dónde debería comenzar?

El avión es el medio que me separa de mis dos ciudades. Es el medio del rencuentro por Navidad. La ocasión lo requiere, así que también necesito glamour aéreo. Tacones con aire nostálgico que emulan aquellas películas en blanco y negro de los años 50: gabardinas, música de fondo, pistas de aterrizaje y despedidas. Pasear con estilo, por la Terminal, esa maleta infinita, sin fondo; oculta tras unas gafas negras que tapan recuerdos, experiencias e historias que 2006 deja atrás. Miro de reojo… 600 kilómetros de distancia y una oportunidad más para un nuevo punto de partida.

No se puede terminar el año sin haber felicitado a los compañeros de trabajo, de todos los días, los examinadores de mis pies. Música, baile y alguna que otra copa para danzar como una peonza durante varias horas. Modelitos en los pies. Intento recordar el ranking pero no recuerdo mucho, así que eso me lleva a la conclusión de que hay poco que contar. ¿Mi elección? Peep toes negros con medias caladas del mismo color… Como una muñequita de porcelana pero con un metacarpiano que se recupera del gran pisotón que, como la Lotería, vuelve también por estas fechas.

Se acerca la última noche del año. Otra vez me he propuesto no arruinarla con tacones maravillosamente imposibles. A poco más de una semana, todavía no he hecho la elección… y deberían estar incluidos en mi maleta sin fondo. Navidad es sinónimo de fiesta y una de las mejores épocas para recrearse en los escaparates de millones de tiendas en España. Sandalias de raso, strass, lentejuelas; salones de punta redonda, de la otra… bailarinas con lazo, sin lazo… ¿Con qué me quedo? Mientras me decido entre mostradores de facturación y puertas de embarque, practicaré con esos tacones imposibles, todavía sin estrenar; pensaré mis propósitos para el año que empieza y buscaré al Señor del Antifaz, que, en sus brazos, evite que mis pies pisen los charcos de la nueva etapa que espero que empiece.

09 diciembre, 2006

El universo de los zapatos... se extiende


Hay dos tipos de personas: (...)

Desde las pasiones de punto y seguido, me he reencontrado con el mundo de los zapatos... y las compras. Una ruina. Ni finiquitos, ni nóminas, ni pagas extra de Navidad.
He vuelto a caer. Lo confieso. Tarde de compras y, en tan sólo una hora, mi cartera se resiente por tres pares de zapatos. Eso sí, lo último de lo último... en tan sólo 60 minutos!!!!!! Las primeras en caer: unas deportivas doradas, último grito para ir acorde al momento "glam" ochentero del otoño; unas bailarinas efecto cebra (porque el leopardo es sólo para horteras) y unos tacones "divina de la muerte", que todavía mis pies no han estrenado. No sólo por falta de ocasión (atención a los interesados porque recupero mi vida nocturna) sino porque todavía el pasillo de mi casa no es lo suficientemente largo para practicar y practicar... y no morir en el intento.

A pesar de mi ausencia en este breve tiempo, he mantenido mis contactos fetichistas con el mundo de dentro y fuera de los zapatos. Pude pasar una tarde loca (otra más) con amigas recorriendo Serrano, calle arriba, calle abajo, soñando despiertas con pasearnos sobre las reliquias de Manolo y Jimmy. Lo cierto es que llegamos a la conclusión de que nuestras vidas sociales no son, por el momento, lo suficientemente fashion como para tener ocasión de lucirlos. Con mi escasa buena suerte o, más bien, la buena suerte de mis pies, no me arriesgo a que un pisotón arruinen más de 600 euros hipotecados en un sueño.
Siguiendo con el tema de mis contactos, no más lejos de los profesionales, poco a poco aparecen colaboradores que atisban rasgos fetichistas, aunque ellos lo disimulen. A mi correo llegan noticias sobre calzado, modas y estadísticas ("La mujer española pisa fuerte en el mundo del calzado"; eso ya lo sabíamos) y cada mañana las cubiertas de mis pies pasan examen en la mesa de al lado.
Mis experiencias blogueras también volvieron a la Universidad, de donde salieron, aunque fueron sólo de visita. Tendrán que volver, así que iré pensando qué modelito lucirán "izquierdo" y "derecho" para que una mirada, la mirada, se vuelva en ellos y pregunte de nuevo si cuentan historias de verdad o de ficción.

Dejando a un lado las compras compulsivas y las conversaciones fetichistas, llega la Navidad. Sí, para bien o para mal, está ya a la vuelta de la esquina y, sin haberme recuperado de las adquisiciones otoñales, llegan las invernales. Lucho con todas mis fuerzas para no caer. Una especie de David contra Goliat. Últimamente me inclino por modelitos a lo "Austin Power", ponibles gracias al invento de los legguins. Tras disimular las piernas (que son otra historia), me veo sin zapatos. ¿Yo? ¿Sin tener qué ponerme en los pies? Busco en el armario para ver que encuentro... y recupero una especie de bailarinas de punta, que no controlo muy bien por mis andares de pato. Así que, cuando mi bolsillo se recupere tras un finiquito simbólico, ya le tengo echado el ojo al siguiente par. Tomo nota y apunto para mi carta de Reyes Magos unos salones negros, marrones u oro viejo, la decisión la dejo en manos de Sus Majestades. Eso sí, que no se olviden de los modelos con mucho tacón pero con el que no necesite practicar en el pasillo-pasarela de mi casa.

Los fetichistas de los zapatos como yo son internacionales. Así que aprovecho a dar las gracias a todos aquellos blogueros que visitan y escriben en esta página. Aunque espero veros antes, que la salida y entrada de año sea... con buen pie (y zapato)

22 septiembre, 2006

Pasiones de punto y seguido


Hay dos tipos de personas: las de punto y a parte y las de punto y seguido. Ni pausas breves ni puntos y comas, yo me sumo a eso de temporada nueva: vida nueva. Tras un inexistente parón de vacaciones ficticias, retomo la visión de la vida desde los pies. El maratón finalmente se convirtió en una verdadera carrera de fondo y mis zapatillas deportivas quedaron exhaustas... y desgastadas. Poco a poco me dejaron desnuda pero conseguí llegar a meta.

La cuesta de septiembre deja atrás ondas hertzianas, “sumer loves” (in my shoes) y pies descalzos y algo asfixiados. Vuelven las “merceditas”, los Armanis con hebillas, el aire retro de los 70’ y 70 historias que contar. Se acabaron los amores de saldos y vivir de noche, que no la noche. No voy a hibernar así que es el turno de crear un buen fondo de armario de vida.

Papel y lápiz y anoto los pasos a seguir. Retomo la idea del punto y a parte que se esfuma en tan sólo una semana. Todo vuelve- retroalimentación- feedback: los zapatos, los amores y el trabajo. Cojo aire y vuelta a la carga pero sin aprovisionamientos. La situación obliga a manejarse sobre la marcha.
Abro el armario para ver qué encuentro. Ahí también todo se repite. Botas “gavilanas” para cabalgar acompañada, brillos y lentejuelas a ras de suelo y la novedad del tweed. En el trabajo, tan sólo por el momento, pocos centímetros que me den tiempo para coger soltura, caminar de punta, a paso de hormiguita. Vuelven las ondas hertzianas, ritmos nuevos, otoñales e ilusionantes.

Los otros amores, las otras pasiones, las vacaciones, los puntos y a parte se quedan por el camino. De momento.

25 junio, 2006

Zapatos de maratón

Hay dos tipos de personas: las que corren el maratón y las que no. En mi caso, el maratón empieza a las 4 de la mañana…

Necesito entrenamiento y, como no, un buen calzado. En mi enorme bolso, que me acompaña allá donde voy, cabe de todo. La agenda, el neceser, esas cosas de mujeres, mi brillo de labios… y los zapatos de recambio. Los tacones que necesito para llevar ventaja, respecto a los demás maratonianos que comparten carrera, a la hora de gritar por el taxi cada mañana; los cambio por mis sandalias planas multitiras que me permiten correr por las escaleras del metro a lucha viva por entrar en el vagón.

Saben que en el transporte público, en la ciudad que sea, hay que llevar zapato cómodo porque a esas horas toca ir de pie. Unos optan por leer novela, ensayo, prensa gratuita… pero yo me aplico en filosofía de pies. Las revistas recogen las tendencias pero los vagones son el escenario donde se aplican. Encontrarán de todo: zapatos de funcionaria, chanclas, alpargatas, bailarinas y calzado de ancho especial para trabajadoras de grandes superficies. Me bajo del vagón y vuelvo a las alturas. Entro caminando por las nubes en la oficina, avisto horizontes lejanos… pero tropiezo con el cable del ordenador. Demasiada altura para tan poco escenario. Vuelvo a mis sandalias multitiras que me sujetan a tierra firme. Como en la Grecia Antigua, sólo llevo la mitad de los 42, 195 kilómetros que me faltan para acabar el día.

Mis pies tienen que aguantar toda la jornada para volver a lucir esos Gucci con los que gano tiempo en la pedicura, ya que sólo dejan ver cuatro de mis diez horrorosos dedos de los pies. Al final del día, ellos me llevarán a una buena velada, con algún viejo amigo que, con suerte, irá con el calzado adecuado para que la combinación sea perfecta… Mañana a volver a empezar.

06 junio, 2006

... el verano es de las alpargatas

Hay dos tipos de personas: las que adaptan su armario cada temporada y las que no. ¿Adivinan en cuál me encuentro yo?

Necesitaba ir de compras. Una terapia que, aunque no explícitamente, me había recomendado mi terapeuta, ese que le pago por escucharme. ¡Pero qué gusto!: terapia efectiva y de diseño. La cuenta que me la pasen dentro de tres meses. Eso me permitirá poder disfrutar algo más de las compras ya que tardaré en poder volver a repetirlas. Las rebajas se acercan pero qué mejor que un caprichillo recorriendo el Barrio de Salamanca o las céntricas calles madrileñas. Me acompaña un café, de esa marca casi impronunciable ya que, aunque progreso adecuadamente, mi inglés todavía no es “great”. Un café porque, aunque las temperaturas empiezan ya a dilatar mis pies, necesito sustancia en mi cuerpo que me mantenga viva para pasar y pasar la “credit card”…”El cargo a tres meses, por favor”, le digo de nuevo a la cajera.

Nada de trikinis, ni horchatas… el verano es de las alpargatas. Ellas mejor que nadie soportan la hinchazón de mis acalorados pies. Madrid me lo pide. El asfalto caliente se me pega a la chancla, que a pesar del glamour y exotismo de mis auténticas “Hawaianas”, no eclipsan a mis nuevas alpargatas vaqueras. Con ellas empezará la nueva temporada.

Leía el otro día un artículo sobre la inminente desaparición del negocio centenario de las alpargatas, por eso del gran gigante chino. “Las últimas alpargatas populares”, titulaba. Serán las últimas porque a la artesanía a precio de ganga le quedan los días contados. Nos tendremos que pasar a los modelos de Chloé, Gaultier, Húngaro o Hilfiguer que los mantienen, después de 50 años, como complemento más fashion del verano. Yo me apunto a los zapatos que pusieron de moda Dalí, Jacqueline Kennedy o Marilyn Monroe, de la mano de Yves Saint Laurent, quien los popularizó allá por los años 60. Enciclopedia de la alpargata podríamos llamarlo. La historia de estos zapatos con suela de yute, con etiqueta “made in Spain”. La comodidad es su seña de identidad; ya lo sabían los romanos por aquel entonces. Su internacionalización ha llegado a los países nórdicos, Estados Unidos o Japón y no sólo podremos disfrutarlas en verano en todos los estilos y colores, de raso o algodón. Lo último y, quizás sea también mi elección, lo encontramos en moda nupcial de la firma Castañer. Eso sí, desde la azotea: siempre con gran cuña.

03 junio, 2006

De plataformas adolescentes a tacones de aguja de la madurez

Hay dos tipos de personas: las que finalizan una etapa… y las que todavía están en ella. Yo me encuentro en la primera, de nuevo. Pongo punto, pero seguido, a los cinco años más importantes de mi vida. Cinco años llenos de emociones, conocimientos y experiencias. Muchos pares de zapatos juntos, revueltos y alguno que otro desparejado…

Ahora que se acerca un punto de inflexión, un cambio, es bueno mirar atrás. Hacer un recorrido con la memoria, revivir las experiencias, un recuento de lo que uno se lleva y se deja por el camino. Para ello, qué mejor que subirme a mis nuevos tacones, altos, cómodos y bien agarrados a los tobillos. Son vaqueros… para lo que venga. Pero eso es ya otro tema.

Por esta etapa han pasado zapatos tolerantes, divertidos, dulces y otros de saldos, que no produjeron más que durezas. En este mercado de la vida, uno aprende a escoger lo que quiere, dónde comprar y lo que no resulta rentable. Me fui de compras por España, desde el embrujo (y las tapas) de la Alhambra hasta los archipiélagos. Las zapatillas mallorquinas no me convencieron y crucé el charco. Allí me compré un poncho de potrillo con sus mocasines a juego, de esa calidad que dura una vida. Aprendí el significado de tolerancia, diferencia y… amor. Me pasé de las plataformas de la adolescencia a los vertiginosos tacones de aguja de la madurez. Tuve que aprender a caminar con equilibrio.

Y en ese equilibro me encuentro. Los grandes amores, las grandes ilusiones de las etapas que acaban. Cambios en la vida y en mis pies (he conseguido evitar los temidos juanetes) que permanecen en la memoria para siempre. Mi mente se abrió a otras regiones, culturas y zonas de compras donde conseguir nuevas adquisiciones (de zapatos, se entiende). En esa memoria también estarán todos los pares que la acompañaron por el camino: nacionales e internacionales, como Manolo Blanik o Jimmy Choo. Los que se rompieron por el uso y los que todavía siguen. Faltan muchos por llegar, nuevos que gastar, pero ninguno tendrá ya las mismas ilusiones, inocencia y ganas de antaño.

28 mayo, 2006

Caminar descalza... de nuevo

Hay dos tipos de personas: las que tropiezan y las que no. Yo, una vez más, pertenezco al primer grupo. Los grandes tacones me han hecho tropezar una vez más… y la caída siempre es dura.

Se puede tropezar en muchos sitios, y más cuando el calzado no es bueno… pero, en esta ocasión, no ha sido por culpa de los zapatos, no me equivoqué al elegir los elegantes y delicados que tan bien cuidaron mis pies, los mimaron, los recompusieron de dolores anteriores; sino que fueron mis pies, esos malditos, los que no estuvieron a la altura. Se equivocaron de talla, se quedaron pequeños. Ni ellos ni yo supimos adaptarnos y ahora caminamos solos, descalzos, con nuevas heridas y otras que reaparecen, sin saber qué rumbo tomar y cómo vestirnos de nuevo… La fealdad de mis pies sale a la superficie.

Me descalcé, desnudé el alma, me entregué. Me subí a las alturas, más allá de lo que unos vertiginosos Manolos pueden ofrecer. Caminé acompañada del par que me ofrecía el mundo, sus hormas, sus suelas, sus tacones desde donde mirar más allá; sus cordones a los que agarrarme cuando los míos no atasen… pero mi par no pudo, no supo o no quiso y se desvió del camino.

Ahora van solos. Es el comienzo de una nueva temporada donde aprendo a caminar de nuevo. Intento andar pero voy descalza, como esos malos sueños: descalzos por la calle, sin ninguna protección. Busco el envoltorio con el que protegerlos para recorrer cada kilómetro que falta. La tendencia marca la repetición de modelos anteriores, que se adaptan a cada estación con distintos materiales: la piel deja paso al plástico, el plástico al charol y el charol al strass. Nada de ir de rebajas que todavía no son horas y las gangas, no sé qué pensarán ustedes, no existen.

Siempre las puertas están abiertas para las soluciones pero piensen que los zapateros están en peligro de extinción. Y no me refiero a Presidentes del Gobierno, para alegrías de unos y penas de otros, sino a ese gremio que repara los destrozos provocados y hacen posible que el mismo par continúe como nuevo.

Ahora, cuando lo vuelva a encontrar, cuando por fin esté reparado, sólo tendré que sujetar fuertemente a mis tobillos el par perfecto, esas sandalias que me daban libertad, para que no se suelten más y no tropezar de nuevo.

22 mayo, 2006

El último objeto de deseo

Hay dos tipos de personas: las que les encanta ir de tiendas y las que no. Yo me encuentro, aunque a estas alturas sea obvio decirlo, en el primer grupo. Y qué mejor si las compras las centramos, una vez más, en los zapatos.

Yo sí soy de las que tienen el síndrome de “finales de mes” pero, como saben, siempre hay un hueco para algún caprichillo de saldos y no me he podido resistir a lo más “in” del momento. Ahora les cuento.

Quien no padece la cuesta de enero, de septiembre o la de finales de mes es la Ministra de Cultura, Carmen Calvo. A ella por supuesto le gusta ir de tiendas y no tiene este síndrome que la mayoría de las mujeres padecemos. Y les cuento que hace unos días, casualidades de la vida, me encontraba con la Ministra de compras como el resto de las mortales en una de las “Amancios”. Sí, así se llaman por lo visto, todas las tiendas del gran Imperio Inditex, como me contaba una amiga jurista el otro día. El gran “Emporio” del coruñés Amancio Ortega tiene adeptas también en las cúpulas de los Ministerios. Eso sí, yo no veo a la Señora Calvo en Berska, pero sí en Massimo Dutti, la ”Amancio” con más estilo, lo que más se ajusta a ella. Como una compradora más, Carmen Calvo rebuscaba entre montones de ropa enfundada en un vestido años 60, de tonos beige claros, cintura entallada y falda ebasé por debajo de la rodilla. Con gafas (de leer pero no los precios) y el “manos libres” funcionando al 100%, para que los españoles sepamos que aunque la Ministra esté de compras un día de diario a las 6 de la tarde, se lleva el trabajo allá donde vaya.

Les sigo contando. Al verla, y tras el reciente piscolabis con la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet; no pude evitar fijarme al máximo detalle en su indumentaria. Con una horquilla en el pelo, muy sesentera como les digo, y bajo un gran bolso Chanel, sí, Chanel (piensen ustedes que ahora un bolso de estos está a la altura de cualquiera; yo incluso tengo uno, aunque el mío sea mini-mini y comprado en China), la Ministra caminaba con la prenda básica de esta temporada: la manoletinas. En este caso, desconozco la firma de sus bailarinas doradas, que se han convertido también en mi última adquisición, pero la Ministra emulaba a la elegante Audrey Hepburn en Sabrina, el clásico dirigido por Billy Wilder. Planas, de punta afilada o redonda, escotadas, de piel o tela, con lazo o flor, representan la comodidad con mayúsculas, ideales para una tarde de compras o aguantar largas horas en la oficina. Ideales para la vida de una Ministra como ella.

Compartidas por mujeres y hombres, aunque en ellos sea sólo en arenas de plazas taurinas, se convierten en objeto de deseo de jóvenes y no tan jóvenes para recorrer calles de grandes ciudades como Madrid. Desde Zara a Marc Jacobs o Manolo Blanik, me quedo con las de toda la vida de Jaime Mascaró.

12 mayo, 2006

Igualdad, Ministras y... zapatos


Hay dos tipos de mujeres: las que asistieron a la cena con la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet, y las que no. Yo, aunque no se lo crean, estoy en el segundo grupo.

Al comentado evento acudieron unas doscientas mujeres de ámbitos variados como el político, judicial, empresarial, cultural y social en agradecimiento por la defensa de la igualdad entre sexos. Aquí es dónde me pregunto cómo harían el filtro de asistentes porque yo SÍ me encuentro en el grupo de personas (no dudo que los hombres también) que trabaja por la equiparación entre géneros.

Una vez asimilado que ni ustedes ni yo asistimos a esa recepción, con música, saludos y piscolabis, volví a los suelos y empecé a repasar los géneros, en este caso, los textiles, que lucieron (por decir algo, vamos) las invitadas. A la espera de comprarme el próximo número de la revista ¡Hola!, para que no se me escape ningún detalle, tengo que reconocerles que no sabía si aquello sucedía en el Palacio de El Pardo o en la Verbena de la Paloma a ritmo de chotis.

Bajemos, por fin, a los infiernos de los pies. La recepción se convirtió en un cajón de sastre. A excepción de apasionadas de los zapatos, como la periodista Ana Rosa Quintana, las Ministras “lucieron” tremendos modelos, a los que ya nos tienen habituados. Porque ni la pizpireta Carmen Calvo, Ministra de Cultura, tras el colorido modelazo de Ágatha Ruiz de la Prada que lució en la última edición de los Premios Goya; supo estar a la altura de las circunstancias y se llevó las botas camperas de la Feria de Abril combinadas, en esta ocasión, con el satén de su vestido. Un numerito como el de Trujillo que, además de recordarle lo de las hipotecas, los alquileres por las nubes y el acceso de los jóvenes a la vivienda, que no se olviden, por Dios, de comentarle también que “Ya es primavera en… el Ministerio”.

Los mercadillos y tiendas de saldos hicieron su agosto con las invitadas políticas. ¿Dónde estaban los asesores del reportaje de Vogue, en el que nuestras Ministras posaban como si de “top models” se tratase????? Porque, a pesar de la polémica que levantó aquel reportaje, han de reconocer ustedes, que los estilistas sacaron lo mejor de cada una… En este mercadillo de tendencias ministeriales, a la Secretaria de Estado de Cooperación, Leire Pajín, se le olvidó, en línea con la mujer del jefe, Sonsoles Espinosa, la feminidad que aportan unos tacones. Y aunque las invitadas “compartieron de pie los platos, la bebida y la conversación", unos buenos tacones son indispensables para realzar unas piernas que en las mortales, no siempre son perfectas.

Y hablando de perfección, lo próximo que debería esperarse es que no sea noticia que una mujer consiga llegar a donde ha llegado Michelle Bachelet y unas pocas más…

11 mayo, 2006

Me caso


Hay dos tipos de personas: las que deciden casarse y las que no. Yo me encuentro, esta vez, en el primer grupo. Dicen que lo de casarse es una de las decisiones más importantes en la vida de uno pero, más que por el acto en sí, por el gran lío donde te metes a la hora de organizar una gran boda.

Una vez que te lo piden como es debido (sí, como es debido): anillo, rodilla, lluvia, estrellas…, todo envuelto en el romanticismo de antaño, lo que más ilusión nos hace a las mujeres, digan lo que digan, es buscar el modelito a lucir. Seamos invitadas al evento o las protagonistas del mismo, versión civil o vía religiosa. Yo me encuentro en esa fase. Si ya es habitual la eterna pregunta: “¿Qué me pongo?”, ahora, más que nunca, la decisión se convierte en una de las más importantes de tu vida. Todo el mundo hablará de tu modelito. Al fin y al cabo ya tienes marido, en este caso, prometido. Una parte del pastel está lista.

Internet me ayuda a sondear las tendencias de lo que se lleva en moda nupcial esta temporada: escotes palabra de honor, corte imperio, gasas. La World Wide Web ofrece miles de páginas donde perderte buscando el traje de tus sueños pero… ¿y los zapatos????? ¿No son ellos los que verdaderamente te soportarán todo el día y toda la noche???? Si el vestido es decisivo, los zapatos más. Ellos serán los responsables de amargarte tu día o convertirlo en un maratón que te permita olvidarte de tus descuidados pies para no perder un segundo en saludar a todos tus invitados y bailar hasta altas horas de la madrugada. Internet aquí también da para mucho. Navego embarcada en zapatos de Jimmy Choo o en Manolos nupciales. Al fin y al cabo, si en una boda se tira la casa por la ventana con presupuestos desorbitados, ¿qué suponen 500 euros más por unos zapatos, coprotagonistas del gran día?

Grandes olvidados de los diseñadores, los convierten en protagonistas en la sombra bajo grandes faldas de gasa, satén, tul u organza. Las novias amantes de los zapatos, como yo, están de suerte. Para esta temporada, el diseñador Pepe Botella, habitual de Cibeles, nos transporta a los años 50 con preciosos vestidos tobilleros. Ocasión excepcional para devolver al calzado nupcial la importancia que tiene y lucirlos uno de los días más importantes de la vida.

300 millones dan para mucho


Hay dos tipos de personas: las que tienen dinero y las que no. Yo me encuentro, por supuesto, en el segundo caso, imagino que como la mayoría de ustedes. Pero para más detalle, hay personas, en las que nuevamente no me encuentro, que tienen la fortuna de su mano y ganan premios de importante cuantía. Y digo importante porque así de impresionada me quedé al ver los números del bote que el programa “Pasapalabra”, presentado por el atractivo (me quedo en atractivo por no explayarme en sus dotes portentosas) Jaime Cantizano. Eso pensaba yo al leer la cifra de este premio, 2.190.000 euros (les traduzco en las añoradas pesetas: 364.385.340). A pesar del varapalo que le meterá Hacienda al ganador, un madrileño que roza la cuarentena (desconozco su estado civil pero tomen nota las interesadas), 300 millones de pesetas dan para mucho… y aquí es donde yo me puse a pensar.

¿Qué haría usted con 300 millones? En mi caso, además de una jubilación garantizada y la hipoteca pagada, los más beneficiados serían mis pies. Ellos dejarían de sufrir las callosidades originadas por esas joyitas de saldos, que nunca incluyen los pagarés por los “desperfectos originados” que al final de mes me pasa mi callista o casi mejor (queda más fino) mi “médico de pies”. Porque 300 millones dan para invertir en buenos zapatos. En los vertiginosos “Manolos” de 10 centímetros, que te permiten correr para no perder el metro (aunque fuese rica no perdería costumbres mundanas) o en las fetichistas sandalias del diseñador inglés Jimmy Choo. También estarían cubiertos tratamientos relajantes, no reparadores. Ahí está la diferencia de tener dinero a no tenerlo. Ellos, mis pies digo, también tienen derecho a disfrutar de la reflexología, de la pedicura de nivel y de las cremitas tipo Esteé Lauder o Chanel, específicas sólo y exclusivamente para ellos. ¡Pero qué gusto! En esta ensoñación la boca se me hace agua como si visionase una gran mariscada… Hasta en estos sueños uno tiene que tener pasta, pero es que los gallegos somos así. Al fin y al cabo, y sólo por esta vez, no todo van a ser zapatos…

10 mayo, 2006

Toma de contacto: zapatos


Hay dos tipos de personas: las que se fijan en los zapatos y las que no. Yo pertenezco al primer grupo. No sé ustedes que pensarán, pero qué interesante resulta observar el calzado de la gente cuando uno se cruza con ella, sea en la calle, en el metro o cualquier lugar propicio para mirar hacia abajo, hacia los pies.

¿Qué puede haber detrás de esa prenda? Gracias a Dios, no sólo pies. Los zapatos representan un mundo y describen, aunque algunos no quieran verlo, rasgos significativos de quien los lleva: sucio, limpio, coqueto, deportivo… Alguien con vista y estilo, que odiaba los pies como yo, esos miembros feos, deformados y mal cuidados; ideó moda, en el amplio sentido de la palabra: gusto y tendencia. El calzado ya estaba inventado pero la moda para tapar los pies no. No sólo consistía en protegerse de las inclemencias, sino de adornar y crear pasiones por ponerse unos buenos zapatos. Convertir en estético algo que, con creces, no lo es. Y aparecieron Manolo Blahnik, Jimmy Choo, Sara Navarro y una larga lista de diseñadores que pasaron de la ropa y se fijaron en los pies. “Los pies son feos, vamos a taparlos”, debieron pensar.

Comprarse zapatos, para los que pertenecen a mi grupo, supone placer, algo sublime, y qué decir de su puesta en escena. Estrenar zapatos te llena de sensaciones, para algunos comparados con el sexo. ¿Algo fetiche? Zapatos, zapatos, zapatos… Caminas y sabes que se fijarán en tus pies hombres o mujeres. No es obsesión es pasión.

Pensé que podía ser algo patológico la pasión por el calzado y el asco enfermizo por los pies. Pero no es así. También pensé que podía influir que yo iba para cuatro dedos en cada pie, y no cinco. Mi hermana, a partir de sus clases de biología, me explicaba al ver los dedos de mis pies, que dos de ellos, se dividieron tarde. Una misma ramificación, se separa en dos. Y ocurre lo mismo en el otro pie. El calzado todo lo tapa.

Los zapatos levantan pasiones, propias y ajenas. Por qué zona del cerebro se rige eso, no lo sé. Investigaré a lo largo de este blog. Lejos de gustos por los pies, me quedo con el fetichismo por, para y en los zapatos...