05 enero, 2009

Noche de zapatos

Un año más. Y van… ¿cuántos? Uno de los propósitos del año que comienza es: NO HACER PROPÓSITOS. ¿Para qué? El gimnasio: no tengo tiempo. El carnet de conducir: tampoco. Y lo demás: veremos sobre la marcha.


Estas fiestas ya no son lo que eran. Pocos se acuerdan del espíritu navideño. Sólo importa no pasarse con el turrón, la suerte del Gordo, unos días de vacaciones (para un año que las tengo…); y las rebajas de enero.

La locura por las compras se multiplica exponencialmente durante estas fechas. Y, aunque para San Valentín deseas tener a quién regalar, dos meses y medio antes finges una crisis para escatimar en gastos. La recesión económica también afecta a la economía conyugal.

Y hablando de crisis, ¡¿cuánto más sin comprar un par?!! ¡¿Cuánto?! Tan sólo un par, uno, para poder estrenar. Sin un duro, sin un euro, es tiempo de sacar del armario antiguos, que no viejos, trapos para convertir en reliquias.


La noche de Reyes pone el punto final a las Navidades. La madrugada llega con sabor a regalos y el gran dilema: ¿Qué zapatos poner debajo del árbol??? ¿Los viejos para que me traigan unos nuevos?, ¿bailarinas para que vean que he sido una niña buena?

Un viejo amigo me recordaba que esa noche es mi día. El día de una fetichista de los zapatos. Así que, ante la duda de qué par poner bajo el árbol, él me respondió: “Pon zapatos de tacón alto que los Reyes son hombres… seguro que les motiva (mi amigo utilizó otro verbo) y te traen cosas buenas”. Pues eso haré.