28 mayo, 2006

Caminar descalza... de nuevo

Hay dos tipos de personas: las que tropiezan y las que no. Yo, una vez más, pertenezco al primer grupo. Los grandes tacones me han hecho tropezar una vez más… y la caída siempre es dura.

Se puede tropezar en muchos sitios, y más cuando el calzado no es bueno… pero, en esta ocasión, no ha sido por culpa de los zapatos, no me equivoqué al elegir los elegantes y delicados que tan bien cuidaron mis pies, los mimaron, los recompusieron de dolores anteriores; sino que fueron mis pies, esos malditos, los que no estuvieron a la altura. Se equivocaron de talla, se quedaron pequeños. Ni ellos ni yo supimos adaptarnos y ahora caminamos solos, descalzos, con nuevas heridas y otras que reaparecen, sin saber qué rumbo tomar y cómo vestirnos de nuevo… La fealdad de mis pies sale a la superficie.

Me descalcé, desnudé el alma, me entregué. Me subí a las alturas, más allá de lo que unos vertiginosos Manolos pueden ofrecer. Caminé acompañada del par que me ofrecía el mundo, sus hormas, sus suelas, sus tacones desde donde mirar más allá; sus cordones a los que agarrarme cuando los míos no atasen… pero mi par no pudo, no supo o no quiso y se desvió del camino.

Ahora van solos. Es el comienzo de una nueva temporada donde aprendo a caminar de nuevo. Intento andar pero voy descalza, como esos malos sueños: descalzos por la calle, sin ninguna protección. Busco el envoltorio con el que protegerlos para recorrer cada kilómetro que falta. La tendencia marca la repetición de modelos anteriores, que se adaptan a cada estación con distintos materiales: la piel deja paso al plástico, el plástico al charol y el charol al strass. Nada de ir de rebajas que todavía no son horas y las gangas, no sé qué pensarán ustedes, no existen.

Siempre las puertas están abiertas para las soluciones pero piensen que los zapateros están en peligro de extinción. Y no me refiero a Presidentes del Gobierno, para alegrías de unos y penas de otros, sino a ese gremio que repara los destrozos provocados y hacen posible que el mismo par continúe como nuevo.

Ahora, cuando lo vuelva a encontrar, cuando por fin esté reparado, sólo tendré que sujetar fuertemente a mis tobillos el par perfecto, esas sandalias que me daban libertad, para que no se suelten más y no tropezar de nuevo.

22 mayo, 2006

El último objeto de deseo

Hay dos tipos de personas: las que les encanta ir de tiendas y las que no. Yo me encuentro, aunque a estas alturas sea obvio decirlo, en el primer grupo. Y qué mejor si las compras las centramos, una vez más, en los zapatos.

Yo sí soy de las que tienen el síndrome de “finales de mes” pero, como saben, siempre hay un hueco para algún caprichillo de saldos y no me he podido resistir a lo más “in” del momento. Ahora les cuento.

Quien no padece la cuesta de enero, de septiembre o la de finales de mes es la Ministra de Cultura, Carmen Calvo. A ella por supuesto le gusta ir de tiendas y no tiene este síndrome que la mayoría de las mujeres padecemos. Y les cuento que hace unos días, casualidades de la vida, me encontraba con la Ministra de compras como el resto de las mortales en una de las “Amancios”. Sí, así se llaman por lo visto, todas las tiendas del gran Imperio Inditex, como me contaba una amiga jurista el otro día. El gran “Emporio” del coruñés Amancio Ortega tiene adeptas también en las cúpulas de los Ministerios. Eso sí, yo no veo a la Señora Calvo en Berska, pero sí en Massimo Dutti, la ”Amancio” con más estilo, lo que más se ajusta a ella. Como una compradora más, Carmen Calvo rebuscaba entre montones de ropa enfundada en un vestido años 60, de tonos beige claros, cintura entallada y falda ebasé por debajo de la rodilla. Con gafas (de leer pero no los precios) y el “manos libres” funcionando al 100%, para que los españoles sepamos que aunque la Ministra esté de compras un día de diario a las 6 de la tarde, se lleva el trabajo allá donde vaya.

Les sigo contando. Al verla, y tras el reciente piscolabis con la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet; no pude evitar fijarme al máximo detalle en su indumentaria. Con una horquilla en el pelo, muy sesentera como les digo, y bajo un gran bolso Chanel, sí, Chanel (piensen ustedes que ahora un bolso de estos está a la altura de cualquiera; yo incluso tengo uno, aunque el mío sea mini-mini y comprado en China), la Ministra caminaba con la prenda básica de esta temporada: la manoletinas. En este caso, desconozco la firma de sus bailarinas doradas, que se han convertido también en mi última adquisición, pero la Ministra emulaba a la elegante Audrey Hepburn en Sabrina, el clásico dirigido por Billy Wilder. Planas, de punta afilada o redonda, escotadas, de piel o tela, con lazo o flor, representan la comodidad con mayúsculas, ideales para una tarde de compras o aguantar largas horas en la oficina. Ideales para la vida de una Ministra como ella.

Compartidas por mujeres y hombres, aunque en ellos sea sólo en arenas de plazas taurinas, se convierten en objeto de deseo de jóvenes y no tan jóvenes para recorrer calles de grandes ciudades como Madrid. Desde Zara a Marc Jacobs o Manolo Blanik, me quedo con las de toda la vida de Jaime Mascaró.

12 mayo, 2006

Igualdad, Ministras y... zapatos


Hay dos tipos de mujeres: las que asistieron a la cena con la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet, y las que no. Yo, aunque no se lo crean, estoy en el segundo grupo.

Al comentado evento acudieron unas doscientas mujeres de ámbitos variados como el político, judicial, empresarial, cultural y social en agradecimiento por la defensa de la igualdad entre sexos. Aquí es dónde me pregunto cómo harían el filtro de asistentes porque yo SÍ me encuentro en el grupo de personas (no dudo que los hombres también) que trabaja por la equiparación entre géneros.

Una vez asimilado que ni ustedes ni yo asistimos a esa recepción, con música, saludos y piscolabis, volví a los suelos y empecé a repasar los géneros, en este caso, los textiles, que lucieron (por decir algo, vamos) las invitadas. A la espera de comprarme el próximo número de la revista ¡Hola!, para que no se me escape ningún detalle, tengo que reconocerles que no sabía si aquello sucedía en el Palacio de El Pardo o en la Verbena de la Paloma a ritmo de chotis.

Bajemos, por fin, a los infiernos de los pies. La recepción se convirtió en un cajón de sastre. A excepción de apasionadas de los zapatos, como la periodista Ana Rosa Quintana, las Ministras “lucieron” tremendos modelos, a los que ya nos tienen habituados. Porque ni la pizpireta Carmen Calvo, Ministra de Cultura, tras el colorido modelazo de Ágatha Ruiz de la Prada que lució en la última edición de los Premios Goya; supo estar a la altura de las circunstancias y se llevó las botas camperas de la Feria de Abril combinadas, en esta ocasión, con el satén de su vestido. Un numerito como el de Trujillo que, además de recordarle lo de las hipotecas, los alquileres por las nubes y el acceso de los jóvenes a la vivienda, que no se olviden, por Dios, de comentarle también que “Ya es primavera en… el Ministerio”.

Los mercadillos y tiendas de saldos hicieron su agosto con las invitadas políticas. ¿Dónde estaban los asesores del reportaje de Vogue, en el que nuestras Ministras posaban como si de “top models” se tratase????? Porque, a pesar de la polémica que levantó aquel reportaje, han de reconocer ustedes, que los estilistas sacaron lo mejor de cada una… En este mercadillo de tendencias ministeriales, a la Secretaria de Estado de Cooperación, Leire Pajín, se le olvidó, en línea con la mujer del jefe, Sonsoles Espinosa, la feminidad que aportan unos tacones. Y aunque las invitadas “compartieron de pie los platos, la bebida y la conversación", unos buenos tacones son indispensables para realzar unas piernas que en las mortales, no siempre son perfectas.

Y hablando de perfección, lo próximo que debería esperarse es que no sea noticia que una mujer consiga llegar a donde ha llegado Michelle Bachelet y unas pocas más…

11 mayo, 2006

Me caso


Hay dos tipos de personas: las que deciden casarse y las que no. Yo me encuentro, esta vez, en el primer grupo. Dicen que lo de casarse es una de las decisiones más importantes en la vida de uno pero, más que por el acto en sí, por el gran lío donde te metes a la hora de organizar una gran boda.

Una vez que te lo piden como es debido (sí, como es debido): anillo, rodilla, lluvia, estrellas…, todo envuelto en el romanticismo de antaño, lo que más ilusión nos hace a las mujeres, digan lo que digan, es buscar el modelito a lucir. Seamos invitadas al evento o las protagonistas del mismo, versión civil o vía religiosa. Yo me encuentro en esa fase. Si ya es habitual la eterna pregunta: “¿Qué me pongo?”, ahora, más que nunca, la decisión se convierte en una de las más importantes de tu vida. Todo el mundo hablará de tu modelito. Al fin y al cabo ya tienes marido, en este caso, prometido. Una parte del pastel está lista.

Internet me ayuda a sondear las tendencias de lo que se lleva en moda nupcial esta temporada: escotes palabra de honor, corte imperio, gasas. La World Wide Web ofrece miles de páginas donde perderte buscando el traje de tus sueños pero… ¿y los zapatos????? ¿No son ellos los que verdaderamente te soportarán todo el día y toda la noche???? Si el vestido es decisivo, los zapatos más. Ellos serán los responsables de amargarte tu día o convertirlo en un maratón que te permita olvidarte de tus descuidados pies para no perder un segundo en saludar a todos tus invitados y bailar hasta altas horas de la madrugada. Internet aquí también da para mucho. Navego embarcada en zapatos de Jimmy Choo o en Manolos nupciales. Al fin y al cabo, si en una boda se tira la casa por la ventana con presupuestos desorbitados, ¿qué suponen 500 euros más por unos zapatos, coprotagonistas del gran día?

Grandes olvidados de los diseñadores, los convierten en protagonistas en la sombra bajo grandes faldas de gasa, satén, tul u organza. Las novias amantes de los zapatos, como yo, están de suerte. Para esta temporada, el diseñador Pepe Botella, habitual de Cibeles, nos transporta a los años 50 con preciosos vestidos tobilleros. Ocasión excepcional para devolver al calzado nupcial la importancia que tiene y lucirlos uno de los días más importantes de la vida.

300 millones dan para mucho


Hay dos tipos de personas: las que tienen dinero y las que no. Yo me encuentro, por supuesto, en el segundo caso, imagino que como la mayoría de ustedes. Pero para más detalle, hay personas, en las que nuevamente no me encuentro, que tienen la fortuna de su mano y ganan premios de importante cuantía. Y digo importante porque así de impresionada me quedé al ver los números del bote que el programa “Pasapalabra”, presentado por el atractivo (me quedo en atractivo por no explayarme en sus dotes portentosas) Jaime Cantizano. Eso pensaba yo al leer la cifra de este premio, 2.190.000 euros (les traduzco en las añoradas pesetas: 364.385.340). A pesar del varapalo que le meterá Hacienda al ganador, un madrileño que roza la cuarentena (desconozco su estado civil pero tomen nota las interesadas), 300 millones de pesetas dan para mucho… y aquí es donde yo me puse a pensar.

¿Qué haría usted con 300 millones? En mi caso, además de una jubilación garantizada y la hipoteca pagada, los más beneficiados serían mis pies. Ellos dejarían de sufrir las callosidades originadas por esas joyitas de saldos, que nunca incluyen los pagarés por los “desperfectos originados” que al final de mes me pasa mi callista o casi mejor (queda más fino) mi “médico de pies”. Porque 300 millones dan para invertir en buenos zapatos. En los vertiginosos “Manolos” de 10 centímetros, que te permiten correr para no perder el metro (aunque fuese rica no perdería costumbres mundanas) o en las fetichistas sandalias del diseñador inglés Jimmy Choo. También estarían cubiertos tratamientos relajantes, no reparadores. Ahí está la diferencia de tener dinero a no tenerlo. Ellos, mis pies digo, también tienen derecho a disfrutar de la reflexología, de la pedicura de nivel y de las cremitas tipo Esteé Lauder o Chanel, específicas sólo y exclusivamente para ellos. ¡Pero qué gusto! En esta ensoñación la boca se me hace agua como si visionase una gran mariscada… Hasta en estos sueños uno tiene que tener pasta, pero es que los gallegos somos así. Al fin y al cabo, y sólo por esta vez, no todo van a ser zapatos…

10 mayo, 2006

Toma de contacto: zapatos


Hay dos tipos de personas: las que se fijan en los zapatos y las que no. Yo pertenezco al primer grupo. No sé ustedes que pensarán, pero qué interesante resulta observar el calzado de la gente cuando uno se cruza con ella, sea en la calle, en el metro o cualquier lugar propicio para mirar hacia abajo, hacia los pies.

¿Qué puede haber detrás de esa prenda? Gracias a Dios, no sólo pies. Los zapatos representan un mundo y describen, aunque algunos no quieran verlo, rasgos significativos de quien los lleva: sucio, limpio, coqueto, deportivo… Alguien con vista y estilo, que odiaba los pies como yo, esos miembros feos, deformados y mal cuidados; ideó moda, en el amplio sentido de la palabra: gusto y tendencia. El calzado ya estaba inventado pero la moda para tapar los pies no. No sólo consistía en protegerse de las inclemencias, sino de adornar y crear pasiones por ponerse unos buenos zapatos. Convertir en estético algo que, con creces, no lo es. Y aparecieron Manolo Blahnik, Jimmy Choo, Sara Navarro y una larga lista de diseñadores que pasaron de la ropa y se fijaron en los pies. “Los pies son feos, vamos a taparlos”, debieron pensar.

Comprarse zapatos, para los que pertenecen a mi grupo, supone placer, algo sublime, y qué decir de su puesta en escena. Estrenar zapatos te llena de sensaciones, para algunos comparados con el sexo. ¿Algo fetiche? Zapatos, zapatos, zapatos… Caminas y sabes que se fijarán en tus pies hombres o mujeres. No es obsesión es pasión.

Pensé que podía ser algo patológico la pasión por el calzado y el asco enfermizo por los pies. Pero no es así. También pensé que podía influir que yo iba para cuatro dedos en cada pie, y no cinco. Mi hermana, a partir de sus clases de biología, me explicaba al ver los dedos de mis pies, que dos de ellos, se dividieron tarde. Una misma ramificación, se separa en dos. Y ocurre lo mismo en el otro pie. El calzado todo lo tapa.

Los zapatos levantan pasiones, propias y ajenas. Por qué zona del cerebro se rige eso, no lo sé. Investigaré a lo largo de este blog. Lejos de gustos por los pies, me quedo con el fetichismo por, para y en los zapatos...