Hay dos tipos de personas: las que tropiezan y las que no. Yo, una vez más, pertenezco al primer grupo. Los grandes tacones me han hecho tropezar una vez más… y la caída siempre es dura.
Se puede tropezar en muchos sitios, y más cuando el calzado no es bueno… pero, en esta ocasión, no ha sido por culpa de los zapatos, no me equivoqué al elegir los elegantes y delicados que tan bien cuidaron mis pies, los mimaron, los recompusieron de dolores anteriores; sino que fueron mis pies, esos malditos, los que no estuvieron a la altura. Se equivocaron de talla, se quedaron pequeños. Ni ellos ni yo supimos adaptarnos y ahora caminamos solos, descalzos, con nuevas heridas y otras que reaparecen, sin saber qué rumbo tomar y cómo vestirnos de nuevo… La fealdad de mis pies sale a la superficie.
Me descalcé, desnudé el alma, me entregué. Me subí a las alturas, más allá de lo que unos vertiginosos Manolos pueden ofrecer. Caminé acompañada del par que me ofrecía el mundo, sus hormas, sus suelas, sus tacones desde donde mirar más allá; sus cordones a los que agarrarme cuando los míos no atasen… pero mi par no pudo, no supo o no quiso y se desvió del camino.
Ahora van solos. Es el comienzo de una nueva temporada donde aprendo a caminar de nuevo. Intento andar pero voy descalza, como esos malos sueños: descalzos por la calle, sin ninguna protección. Busco el envoltorio con el que protegerlos para recorrer cada kilómetro que falta. La tendencia marca la repetición de modelos anteriores, que se adaptan a cada estación con distintos materiales: la piel deja paso al plástico, el plástico al charol y el charol al strass. Nada de ir de rebajas que todavía no son horas y las gangas, no sé qué pensarán ustedes, no existen.
Siempre las puertas están abiertas para las soluciones pero piensen que los zapateros están en peligro de extinción. Y no me refiero a Presidentes del Gobierno, para alegrías de unos y penas de otros, sino a ese gremio que repara los destrozos provocados y hacen posible que el mismo par continúe como nuevo.
Ahora, cuando lo vuelva a encontrar, cuando por fin esté reparado, sólo tendré que sujetar fuertemente a mis tobillos el par perfecto, esas sandalias que me daban libertad, para que no se suelten más y no tropezar de nuevo.